sábado, 21 de abril de 2018

CIV (Túneles)

"La montaña es la montaña"
Luis Alberto Spinetta, Pelusón of Milk

Más allá de la montaña como figura poética o de transformación personal en las grandes religiones monoteístas, se han dado a lo largo de todo el planeta culturas que conocían el innegable poder de la roca y el lodo.

Las propiedades ctónicas de cuevas, grutas y cavernas se nos hacen manifiestas como pasos naturales que transportan al que los cruza a un lugar más allá de esta realidad. Hasta un niño podría contarnos cómo el hecho de atravesar el interior de La Tierra lo transforma también a él dentro de su  propia mente, de cómo la experiencia del mundo percibido al otro lado es del todo diferente, a causa del cambio ocurrido en su propia percepción, el niño comprende, y sabe que el monte lo ha hecho brotar como lo hiciera su madre no hace tanto tiempo. Pero no es necesario recorrer una ruta espeleológica totalmente y puede ocurrir que el visitante, al asomarse a una oquedad en la roca y sacar de nuevo la cabeza, vuelva a un mundo que es casi como el que dejó al meterla... pero no exáctamente igual. Tal vez ahora su cuñado es presidente de su comunidad de vecinos, o su mujer es de pronto cándida y agradable, o aún no se inventó el yogurt, o quizá él está ahora más calvo de lo que recordaba.

Estos viajes a universos paralelos se dan innumerables veces a lo largo de nuestras ridículas e insignificantes vidas cuando cruzamos túneles en coche o en tren, y ello es debido a la influencia de las grandes masas de tierra sobre las partículas elementales del interior, ya que a nivel subatómico un electrón no es un "punto" sin estructura interna y de dimensión cero, sino un amasijo de cuerdas minúsculas que vibran en un espacio-tiempo de más de tres dimensiones; pero los cambios suelen ser tan mínimos que no solemos percibirlos. Así encuentran su explicación enigmas como los calcetines perdidos, algunos embarazos deseados y los típicos olvidos de tareas. Aunque, en honor a la verdad, es cierto que puede darse que atravesar el interior de una montaña nos lleve únicamente al otro lado, sin que nuestro mundo sufra alteración cósmica ninguna, aunque eso, como podría demostrar cualquier geólogo, es muy poco frecuente.

En el s.IV a.C, en la región bactriana de Kafiristán se realizó, por órdenes de los diadocos macedonios, un túnel de ochocientos metros de longitud que conectaría dos valles contiguos. Por lo complicado del terreno, las obras se prolongaron durante años, y muchos de los trabajadores murieron. La leyenda cuenta que, cuando finalmente terminaron el túnel, la cuadrilla que cruzó hasta el otro lado fue enviada dos mil trescientos años más allá de su tiempo. Al salir, las cosas que vieron les hicieron perder la cabeza, y hoy muchos de ellos están internados en un centro para enfermos mentales en Chitral, al norte de Pakistán, aunque es muy difícil distinguirlos de los cientos de locos que en la provincia conocen esta leyenda desde su infancia y al perder la cordura por otros motivos la adoptaron como propia.
Dos de aquellos trabajadores fueron sin embargo enviados una hora atrás en el tiempo, quedando así como Sísifo, eternamente atrapados en un bucle existencial en el que el resto de sus compañeros los obligan siempre a repetir el frustrante trabajo y a arrastrarse los primeros hacia la luz transformadora, imperturbable, que de nuevo los castiga sin escapatoria posible.

Los antiguos griegos creían en la existencia de los Ourea, dioses protogonos que habitaban las montañas, al estilo de los dioses fluviales, los Oceánidas. A menudo los describían como ancianos barbados sentados en la cumbre del monte que llevaba su nombre. Se ha postulado que estas alteraciones intraorogénicas podrían guardar relación con la influencia de los Ourea, que gustan de divertirse a costa de quienes visitan sus dominios, acaso sin haberles pedido permiso.
Kostas Papanikas, almacenero griego, cuenta que un día, mientras se dirigía a una reunión de egresados, entró con su coche en un túnel que atravesaba el monte Taigeto y llegó, tras largos minutos de conducción, hasta la fragua de Hefesto, de la que logró escapar a duras penas. A pesar de que Papanikas sigue relatando su historia a los pocos clientes que aún consienten en escucharla, y a pesar de su minuciosa descripción del zambo Hefesto y de los cíclopes y gigantes que le persiguieron a la carrera, nadie da crédito a su historia, pues es bien sabido que Hefesto poseía varias fraguas en Lemnos y en los montes Olimpo y Etna, pero ninguna cerca del Taigeto.
En el pueblo se rumorea que el almacenero se sentía avergonzado de su profesión y que modificó su ruta para que cruzara el monte Taigeto. Así esperaba disculparse ante sus compañeros egresados, asegurándoles que él era director de uno de los principales bancos del país, y que recién se había vuelto almacenero por culpa de los Ourea. No sería la primera vez que se intentan justificar malas decisiones vitales cargándoles el muerto a las montañas y sus propiedades transmutadoras.


Con la colaboración de Lt. Martínez

Fragmentos de:
"Desperately Seeking Superstrings", Physics Today, mayo de 1986, p.7.
"The trouble with Physics" 2007. ISBN 0-618-91868-X
"Dynamics of Complex Quantum Systems (Theoretical and Mathematical Physics)" 2nd ed. 2014
"Roberto Alcázar y el tejón de jade", 1898

domingo, 15 de abril de 2018

CIII

Detrás de un vidrio tintado nació mi amor,
los colores de la mañana transformaron el local,
el sonido de su voz me dio su forma sin verla,
y mi mundo giró aquel día, entre sus ojos.

En un trocito de cristal guardé ese amor,
y el rojo, el blanco y el castaño fueron los colores de la tarde,
y el aire se hizo de pronto duro al respirar,
porque mi mente ya sólo giraba, detrás de ella.